El otro día participé en una improvisada tertulia de vestuarios sobre la pobreza de los debates políticos en los que la no-escucha está instaurada, las interrupciones son constantes, se lucha por ver quién anula con su voz más alta las intervenciones de los demás, las afirmaciones tajantes muy reduccionistas de la realidad, las acusaciones en vez de argumentos, el alternar monólogos sobre lo que a cada uno le interesa sin entrar el tema presuntamente en discusión y, últimamente, el insulto, la acusación o la mofa sobre el otro.
Para mi sorpresa, uno de los tertulianos lo veía claro, ya que su empresa trabaja en adiestrar en comunicación a nuestros políticos. Una de las cosas que se les inculca es saber cómo contestar lo que les interesa ante cualquier pregunta de cualquier otro tema. Eso de responder “Lo que importa al ciudadano no es el tráfico sino llegar a fin de mes” como respuesta a “¿cómo valora la situación del tráfico en su ciudad?”. Y, a la vista de los resultados, doy por buena la calidad de la academia y por aplicados a los alumnos.
El primer problema de todo esto es el descrédito de la política, en la que seguro pagan justos por pecadores. Otro tan grave es que esas prácticas repetidas una y otra vez se normalizan y llegan a nuestras organizaciones, deteriorando la confianza, el respeto, el compromiso, la motivación y, como consecuencia, la eficacia y la cuenta de resultados, lo que genera un círculo vicioso en el que la presión aumenta para conseguir esos resultados, empeorando paulatinamente el clima emocional.
Este tema me ha vuelta a la memoria a raíz del debate de la nación y de una de las conferencias a las que asistí en el Congreso Internacional de AECOP, impartida por Marta Ligioiz y titulada “Coaching Ejecutivo para el alto rendimiento desde la Neurociencia”, en la que nos entrenó en comprender los componentes del cerebro y sus comportamientos.
En este sentido vimos cómo el cerebro reptiliano se ocupa de los comportamientos automáticos como el respirar, los latidos del corazón o los reflejos; el cerebro mamífero (amígdalas) que se ocupa de las reacciones a las emociones y es el que vela por nuestra seguridad ante el exterior o por nuestra felicidad y, finalmente, la corteza, en donde se desarrollan la inteligencia y los comportamientos el
aborados. Laos dos primeros vienen de nacimiento y el tercero se programa a lo largo de la vida.
Respecto al cerebro mamífero sus respuestas son fruto de la evolución durante centenas de miles de años y son las respuestas básicas a las amenazas típicas de un mamífero ante otros seres o acontecimientos. El problema que tenemos es que está adaptado a un mundo mucho más sencillo del actual y sus respuestas pueden ser inapropiadas. Afortunadamente, el sistema está preparado para que la corteza asuma las reacciones ante las emociones y genere respuestas adecuadas a lo que creemos conveniente.
Esto se entrena y se puede cambiar a lo largo de la vida. Y, al mismo tiempo, si no lo hacemos adecuadamente, la gestión pasa al cerebro mamífero y se producen comportamientos como el que da título a esta entrada en el blog: el comportamiento de manada defendiendo el territorio. El luchar es innato, el negociar se aprende.
Durante bastantes años trabajé en oficinas flexibles con puestos que se usaban según necesidad. Nadie tenía puestos asignados, con ciertas normas se podían reservar si estaban libres. De hecho, no podías reservar el mismo sitio más de varios días seguidos. Sin embargo, muchos se sentían “dueños” de un sitio y no era raro discusiones si un día tú lo reservabas. Al igual, uno reservaba preferentemente uno y cuando cambiabas te sentías “raro”. No era tu territorio.
Otro ejemplo son los enfrentamientos entre departamentos dentro de las compañías, en las que cada uno suele culpar a otros de los fallos o ineficiencias. Nadie se para a analizar la posible aportación propia al problema. Recuerdo eso de “los de marketing van a lo suyo, como ellos no venden”, “los de postventa no saben lo difícil que es conseguir un cliente” o “los comerciales quieren que les demos servicios no contratados a sus clientes”. Por supuesto, “los americanos no tienen ni idea de lo que pasa en España”.
Si no somos conscientes de que que vemos no es la realidad sino el mapa que nos hemos creado y que eso debería de abrir oportunidades de escuchar otros puntos de vista de otros que han creado un mapa diferente para la misma realidad, las organizaciones, sean familias, amigos, clubes, empresas o países, vivirán muchos comportamientos de manada y enfrentamiento, muy lejos de sacar todo el provecho a las oportunidades que el mundo actual nos da.
Desde el coaching ejecutivo ayudamos a aquellos que quieren actuar con respuestas elaboradas y productivas ante los muchos estímulos que estresan la vida diaria.