No me refiero a ese animal protegido que habita por reducidas zonas de nuestra geografía y que causa algún disgusto a los ganaderos y pastores de vez en cuando. Estoy hablando del modelo de broker, de comercial y de hombre de negocios que se ve en la película de Scorsese “El Lobo de Wall Street”, basada en las memorias de Jordan Belfort, actualmente conferenciante de fama internacional.
Los hechos centrales de la película se desarrollan a finales de los ochenta y durante los noventa en Wall Street, el corazón financiero mundial. Lo pongo en contexto porque no tengo constancia de que en España en esa época estuviese pasando lo mismo, al menos en el aspecto del desenfreno.
Sin embargo, yo he convivido con varias personas que encajan en la etiqueta de “trepa”. Es decir, personas que prosperan laboral o socialmente con métodos poco escrupulosos. Su trabajo se orienta a que sus superiores los valoren por sus resultados, en muchos casos arrogándose como éxitos propios los de otros, no dudando en personalizar en exclusiva el éxito de un equipo y conspirando para medrar dejando en el camino a personas brillantes que les puedan hacer sombra en sus aspiraciones.
Estas personas queman o eliminan directamente a cualquier colaborador que no sea útil a sus intereses y no le interesan los objetivos de la empresa en la que trabajan salvo para dar brillo a su carrera. Por supuesto, no dudan en dejar sus responsabilidades si detectan que en la competencia pueden progresar más. Y se llevan tras sí a su corte para seguir recibiendo halagos y neutralizar posibles enemigos.
Si pensamos en las carreras políticas, podemos encontrar rápidamente personas que aparcan la ética en pro de su carrera, no sólo mediante corrupciones económicas sino en simples corrupciones morales.
Y en las empresas, hay quien se parapeta en sus privilegios para conservarlos a cambio de cualquier cosa, causando un daño importante a la salud empresarial, no sólo en el ámbito de las emociones colectivas, el compromiso, la motivación y la pérdida del talento interno, sino en temas más medibles como la pérdida de clientes, la pérdida de mercado o la disminución de márgenes.
En los últimos tres años los planteamientos que se han estado aplicando para salir de la crisis han generado una brecha social importante, con un paro insoportable y la generación de un miedo colectivo importante ante el temor de pasar a engrosar ese colectivo. En estas condiciones muchos profesionales están malgastando su tiempo sin disfrutar lo más mínimo en sus trabajo y con una visión individualista.
Más allá de cómo evolucione la economía, si no se hace un esfuerzo por tener empresas con buen clima emocional, profesionales comprometidos por un proyecto y no sólo por un sueldo y empresarios con una visión basada en valores y no sólo en dinero, será muy difícil que nuestro país retome niveles de calidad de vida equivalentes a los de antes de la crisis y seguiremos exportando talento.
Como sociedad, como empresas, como emprendedores y como profesionales nos vendría bien un planteamiento de coaching en el que tomásemos consciencia de dónde estamos y nos comprometamos a un proceso de mejora. Para conseguir revertir las situaciones actuales no basta con medidas financieras, hace falta una emocionalidad positiva y unas metas apetecibles.
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