Acabo de iniciar mi estancia veraniega en Asturias y observo que el cambio de contexto sirve para ver las cosas de otra manera. En un medio rural la vida va más despacio, la edad media de la gente es mayor y las prisas son relativas. Y esto te contagia.
La gente sufre la misma crisis que el resto del país y sin embargo sienten que es algo contra lo que poco pueden hacer, por lo que se centran más en el día a día y disfrutan de lo que tienen alrededor, sabedores de que el impacto en la naturaleza será relativo. No valoro el hecho, simplemente lo constato.
Y algo así me pasa a mi. Mi ritmo se relaja, me indigna el papel de víctima de algún ministro que proclama «a veces los mercados tienen comportamientos irracionales ante los que los gobiernos nada pueden hacer» y me produce un subidón repentino pero no se mantiene ante la contemplación de los verdes paisajes, el trino de los pájaros, el paseo de las lagartijas o el ruido de los cencerros de vacas pastando en la lejanía.
Mientras estoy en este contexto mi punto de vista como observador se empapa del ambiente y siento las cosas como menos trascendentes, mientras espero que sólo o acompañado los ministros decidan sentirse responsables y no víctimas.